
Cuando un paciente llega a terapia, de manera más o menos consciente nos brinda lo más preciado que tiene; su vulnerabilidad.
Su vulnerabilidad fue dañada, a más tardar, en el momento mismo del nacimiento sino antes, en la concepción misma o a lo largo del desarrollo intrauterino. En los años siguientes la ignorancia de nuestra cultura a cerca de lo Esencial continúa esa sórdida tarea.
Por suerte nuestro organismo es sabio y aprende pronto a proteger ese preciado tesoro con defensas y corazas que van construyendo el carácter, desde sus rasgos más benignos hasta los más patológicos.
No ha de extrañarnos que cuando el paciente llega a terapia lo haga altamente defendido y resistente, pues tiene un historial de agresiones que así se lo recomiendan. A veces no es así. A veces el paciente llega derrotado, con el corazón en la boca y entregando las armas al entrar. Tiene derecho. El paciente SIEMPRE tiene derecho a estar como está.
Apoyo y confrontación son las herramientas de las que el terapeuta Gestal se sirve para poner luz en la oscuridad del paciente. No se confunda nadie, que confrontar no va de cortar cabezas ni de agredir sino de señalar las trampas y las mentiras en que nos enredamos.
Grandes pasos puede lograr un pacientes después de confrontarlo con sus propias trampas, pero siempre desde el cuidado y el respeto, que para que nos agredan ya tuvimos a nuestros padres y a la cultura en bloque; desde la televisión hasta la escuela, pasando por la publicidad y un largo etcétera.
El trabajo del terapeuta no debe ir nunca contra las dificultades del paciente sino a generar el clima de respeto y aceptación que le permita abrirse ¿O se os ocurre algún modo de abrir el capullo de una flor sin dañarlo?
El mayor enemigo de un terapeuta es el miedo, también la competitividad pero sobretodo el miedo. Si el estilo de un terapeuta es el apoyo, cuando esté asustado apoyará en exceso. Si es la confrontación probablemente confrontará con cierta violencia.
Si apoyamos en exceso podemos parecer empalagosos o torpes, podemos desaprovechar oportunidades maravillosas de poner luz en la oscuridad. Pero ¡ay de la confrontación mal usada! Esa si que es un arma peligrosa porque no son solo oportunidades para crecer lo que se nos escapen, sino que podemos dañar justo donde más nos han herido, en nuestra vulnerabilidad.
Cuando un paciente llega a terapia lo hace con la esperanza de que lo ayuden a curarse, con lo que no cuenta es con la posibilidad de salir más malparado de lo que entró. Pero sí, un terapeuta igual que una madre, que un padre o que un profesor puede hacer mucho daño.
Por eso, bajo mi punto de vista, el mayor valor para un terapeuta es su propio proceso personal. Conocer los territorios internos por los que anda el paciente es la mayor garantía de poder darle de manera sentida lo que verdaderamente necesita, lo que le ha faltado; respeto, aceptación y contacto genuino. Por mi experiencia personal y profesional me atrevo a asegurar que eso cura más que cualquier técnica