
José María empezó terapia por un sentimiento de insatisfacción general que no sabía a qué atribuir. Inicialmente centramos el trabajo en su demanda. En las sesiones se entregaba a las propuestas con disposición y honestidad, sin embargo, a medida que avanzamos en su proceso fui percibiendo su dificultad para abrirse al vínculo propio de la relación terapéutica.
Compartí con él mi sensación y, aunque inicialmente no lo identificó, poco a poco fue dándose cuenta de lo cerrado que estaba a las personas y cómo se relacionaba con ellas desde el utilitarismo.
Cuando J.M fue tomando conciencia de su dinámica – aquello que hacía – pudimos empezar a explorar el origen – porqué lo hacía -. Estas son sus palabras:
Mi familia apoyó y respetó mis decisiones desde niño. Siempre tuve su apoyo logístico pero no recuerdo haber sentido su presencia y su escucha en momentos en que los necesité profundamente. Cuando decidí montar mi propia empresa, por ejemplo, mi padre me alentó y me ayudó económicamente pero, a pesar de que lo intenté, nunca pude compartir con él mis temores y mis profundas inseguridades. Mi relación con ellos siempre fue así, nunca me falto nada práctico y eso es lo único que he aprendido a esperar de las personas».
A medida que profundizamos en este asunto nos dimos cuenta de cómo su apatía e insatisfacción se atenuaban cuando se abría a la capacidad de sentir a las personas de otro modo.
Sé que puede sonar extraño pero lo que me ocurre no es que la gente no me importe, sino que no sabía que la relación con los demás podía darme algo más allá de las cosas prácticas cotidianas. Algo que estoy descubriendo que me devuelve a la vida y a lo que quiero aprender a abrirme y recibir».
Actualmente el trabajo con J.M continua. Su toma de conciencia sobre su dinámica de funcionamiento ha sido fundamental en el rumbo de nuestro trabajo porque el cambio interior sólo puede ocurrir en contacto con lo que nos ocurre.