
Se dice que desde el nacimiento la vida es una progresiva pérdida del paraíso, ese lugar de completud simbolizado por el equilibrio del útero materno. Hoy sabemos que el útero materno no es siempre un lugar tan idílico y que muchos de los daños que marcarán nuestro carácter se gestan precisamente allí.
Sea como fuere nacer implica un progresivo “hacerse cargo” de uno mismo. Desde el primer aliento para tomar ese oxigeno que en el útero nos viene dado sin esfuerzo hasta el primer sueldo, pasamos por toda una suerte de experiencias que nos exigen ir progresivamente del apoyo externo a un ineludible auto apoyo. – ¿Ineludible? ¿He dicho ineludible? Bueno, eso es algo discutible y daría para otro artículo pero no es hacia allí hacia donde quiero ir …-
De lo que quiero hablar ahora es que ese proceso natural, que va entre que todo nos venga dado y que nosotros mismos manejemos nuestra vida, lleva implícito un sinfín de frustraciones, algunas de las cuales forman parte intrínseca de la vida y otras son propias de nuestro modelo cultural.
No sólo nuestros padres nos exigen y nos marcan límites, es que la realidad misma nos impone sus propios límites. De las estrategias particulares para gestionar el miedo y la angustia que causa la frustración nace lo que denominamos CARÁCTER.
El carácter o ego responde a una estrategia defensiva. Eso que pensamos que somos y que nos hace tan diferentes a otras personas – nuestro carácter –, es solo la parte visible de los mismos conflictos básicos que todos tenemos: la necesidad de seguridad y el miedo a perder los afectos.